La mente humana es un intrincado y complejo manojo de ideas, conceptos abstractos y explosiones bioquímicas que son capaces de conseguir un desarrollo tan espectacular como para hacer de nosotros, uno de los animales más frágiles del planeta, los dominadores de todo el mundo. La inteligencia nos ha permitido llegar adonde estamos en la escala evolutiva y no solo eso, sino también entender nuestro lugar y ser capaz de reflexionar siempre sobre él. Sin embargo, entre esa maraña cerebral también hay lugar para otros procesos menos halagüeños, como los miedos indiscriminados, esos que no sabemos de dónde provienen.
Hay miedos que son básicamente barreras de seguridad que nuestro organismo ha puesto ahí para evitar nuestra muerte. El miedo a las alturas o a la oscuridad tienen razones atávicas y explicables, pero el miedo al sexo, por ejemplo, es absolutamente inexplicable desde un punto de vista genérico. De hecho, se supone que la misión biológica del ser humano es reproducirse. ¿Cómo íbamos a tener miedo a finiquitar lo que hemos venido a hacer a este planeta? La explicación, por supuesto, tiene que ver con lo complejo de nuestro pensamiento y con la manera en la que desarrollamos nuestra propia concepción personal del sexo, el placer y todo lo demás.